Manual de errores cometidos (para que usted no los repita)
Uno no se despierta un día y dice: “Quiero ser implementador de productos complejos con múltiples stakeholders y agendas imposibles”. No.
Uno empieza con curiosidad, con ganas de entender cómo funciona todo, y sin darse cuenta, termina convirtiéndose en esa persona que sabe unir piezas, alinear intereses y, de paso, apagar uno que otro incendio.
La ansiedad es real, y no tiene nada de romántico. Esta historia nace de un momento difícil —uno de esos que nos empujan al límite y nos obligan a replantearlo todo—. Hoy puedo contarlo con humor, pero no fue gracioso mientras lo vivía. Aprendí, a fuerza de tropiezos, que poner límites, pedir ayuda y diseñar formas más humanas de trabajar no es un lujo, es una necesidad.
Si usted está atravesando algo parecido, no lo normalice. No lo calle. Pida apoyo, háblelo. Porque, por urgente que parezca, ningún proyecto vale más que su salud. Ni más que su paz.
Mi camino comenzó en desarrollo, escribiendo código con entusiasmo y café. Pero con el tiempo, ese entusiasmo me fue llevando más allá: a reuniones con clientes, levantamientos de requerimientos, estimaciones, capacitaciones, seguimientos, más reuniones… y de pronto, ahí estaba: implementando.
Hoy quiero contar una historia real. Una de esas que marcan. No porque fue perfecta (spoiler: no lo fue), sino porque estuvo llena de aprendizaje, caos manejado con humor y, sobre todo, porque terminó bien.
Este no es un artículo técnico. Es una historia real —y profundamente humana— sobre lo que implica implementar en condiciones que exigen más de lo que uno debería dar. No va a encontrar fórmulas infalibles, pero sí cicatrices con propósito, aprendizajes ganados a pulso y una buena dosis de humor (porque a veces, reírse es la única forma de no llorar) para sobrevivir al caos de un proyecto.
Mi primera vez (como implementador, aclaro)
Mi primer gran proyecto de implementación fue… no oficial. Es decir, yo no era implementador. Era desarrollador. Punto. Alguien que entregaba código y seguía su camino. Pero a finales de 2023, alguien en el universo corporativo decidió que era buena idea asignarme la implementación de un producto aún en pañales.
Y ahí me tienen: sin título formal, pero ya en el ruedo, sin red y con los stakeholders respirándome en la nuca.
No diré que fue un error lanzarlo así, pero digamos que fue… valiente. ¿Y quién fue el valiente que tuvo que hacerlo funcionar? Spoiler: yo, junto con un gran compañero con quien compartí desvelos, angustias y probablemente la activación permanente de nuestra ansiedad. Trabajamos de lunes a lunes durante dos semanas. Dormir era opcional. Comer también.
Fue en ese momento cuando descubrí dos cosas:
- Que la ansiedad es real.
- Que aparentemente mi verdadero rol no era solo escribir código, sino implementar caos disfrazado de proyecto.
Pero ¿adivinen qué? Lo logramos. Contra todo pronóstico, se implementó. Funcionó. Y hoy es la base estable y mejorada de varios de nuestros productos.
Sí, costó salud mental, ojeras nivel “¿usted está bien?” y probablemente varios años de vida… pero ese fuego que apagamos fue el mismo que forjó gran parte de lo que hoy funciona.
Del fuego al acero: el presente
Hoy el panorama es otro. Contamos con un equipo fuerte, con experiencia real (de la que no viene en presentaciones de PowerPoint) y productos de altísima calidad. Y no lo digo solo porque me pagan por decirlo—bueno, un poco sí—pero también porque es cierto.
Haber pasado de ser un desarrollador que se desvelaba por gusto, por curiosidad y por amor al código, a ser quien hoy implementa lo que ayudó a construir… genera una tranquilidad difícil de describir.
Tranquilidad de saber que lo que entregamos no es humo, sino un producto que ha sido probado bajo presión real. Que se ha roto, sí, pero que ha aprendido a levantarse más robusto cada vez.
Ese proyecto caótico del 2023, que casi nos rompe, es hoy la base sólida y estable de lo que entregamos con orgullo. Y créanme, cuando uno ve funcionar lo que antes lo hizo llorar, hay una satisfacción que ni el mejor café puede igualar (aunque ayuda).
Eso sí, la vida del implementador no es un jardín de rosas—es más bien una jungla con múltiples stakeholders.
Uno está en levantamientos de requerimientos un lunes a las 9, estimando tiempos a las 10, en reunión con el cliente a las 11, reunión interna a las 12, capacitando usuarios a la 1, y contestando correos pendientes mientras se pregunta si ya almorzó... o si solo fue un déjà vu, ¿se sintieron identificados?, continúen leyendo que se pone mejor.
Es retador. Es demandante. Y a veces uno siente que no alcanza.
Pero si no es para esto… ¿para qué venimos al mundo? Si no es para sobrevivir a estos proyectos, ¿cómo podríamos tener historias que contar, anécdotas que compartir y victorias que saborear? Pero, sobre todo, nos deja una lección clave: aprender hasta dónde podemos llegar sin rompernos, y entender que ningún proyecto vale más que nuestra salud. Ni física, ni mental.
Aprendizajes que nadie enseña, pero que la vida (y los proyectos) tiran en la cara
- Si todo es urgente, nada lo es… pero igual lo va a tener que hacer ayer. En teoría hay prioridades. En la práctica, todo es “para ya”. Usted aprende a bailar con esa contradicción como si fuera salsa: rápido, con ritmo y sudando.
- No subestime el poder de una buena reunión… ni el peligro de tener demasiadas. Algunas le salvan el proyecto. Otras le roban el alma. El truco está en identificar cuál es cuál antes de que lo arrastren al limbo del calendario infinito.
- Implementar no es solo activar funciones: es negociar expectativas con arte ninja. La herramienta puede ser perfecta, pero si no aclara qué espera cada stakeholder, terminará entregando una bomba de tiempo con interfaz bonita.
- Los productos se vuelven robustos después de haber pasado por el infierno. Los mejores sistemas no nacen estables. Nacen temblando, y se fortalecen porque alguien (usted, probablemente) los puso a prueba cuando más dolía.
- Usted no lo sabe todo. Nadie lo sabe. Pero con actitud, se disimula bastante bien. Y si se rodea de un buen equipo, se nota menos aún. Lo importante es mantener la calma mientras googlea discretamente ese término que fingió conocer.
- El conocimiento técnico es importante, pero saber sobrevivir al caos es imprescindible. Uno se prepara para explicar un flujo… y termina mediando entre áreas que ni sabía que existían. Bienvenido a la parte oculta de ser implementador.
- Su mejor aliado en cualquier implementación es el gerente de proyectos. Sí, a veces parece que solo está ahí para presionar, pero no lo subestime. Es quien tiene el mapa del proyecto, el orden de las tareas, y probablemente, después de usted, la persona con más contexto real sobre lo que está pasando. Además, maneja el timing como un director de orquesta bajo presión. Si logra hacer equipo con él o ella, ya tiene medio camino ganado.
- El café no es opcional. El humor, tampoco. No hay metodología ágil que aguante sin una dosis diaria de sarcasmo. Es terapia preventiva. Y a veces lo único que mantiene al equipo unido.
Manual de supervivencia para implementadores con múltiples stakeholders
- Mapea a sus stakeholders como si fuera un espía. ¿Quién tiene poder real? ¿Quién parece que no decide nada, pero puede frenar todo? Saber esto temprano es como tener un GPS en medio del desierto.
- Documente todo. TODO. Incluso eso que “es obvio”. Lo obvio desaparece cuando hay que rendir cuentas. Lo que no está escrito, nunca pasó. Así que sí: vuelva a escribirlo. Y después, guárdelo en dos lugares distintos.
- Estime tiempos… y súmele el "coeficiente de realidad". Ese número mágico que contempla reuniones sorpresa, cambios de alcance y la clásica “¿y si también le agregamos esto?”. Aprenda a usarlo sin culpa.
- Las reuniones son inevitables, pero que no lo traguen. Tenga claro el objetivo antes de entrar. Si la reunión no tiene propósito, salga. (O quédese físicamente, pero mentalmente váyase… usted sabe cómo).
- Construya alianzas internas: el implementador solitario no sobrevive. Necesita ese compañero que lo cubre, ese QA que le avisa antes del desastre, ese analista que traduce entre áreas, ese PM que está para facilitarnos las cosas. La red de apoyo no se improvisa, se cultiva.
- En las capacitaciones, conviértase en showman. Las personas recuerdan historias, no definiciones técnicas. Use ejemplos reales, metáforas absurdas y uno que otro chiste. No es stand-up, pero casi.
- Escuche más de lo que habla (aunque ya sepa la respuesta). A veces el cliente solo quiere sentirse escuchado antes de aceptar lo que usted le viene diciendo hace tres reuniones. Paciencia zen, mirada empática.
- Mantenga la calma en la tormenta. Todos miran al implementador cuando las cosas se complican. Si usted está tranquilo (aunque por dentro esté gritando), el equipo se contagia. El liderazgo empieza ahí.
Desde las trincheras, con cariño
Liderar implementaciones grandes, con múltiples stakeholders, tiempos imposibles y expectativas más altas que los precios del café, no es para cualquiera. Se necesita paciencia, temple, cintura política y la capacidad de mantener la cara seria mientras por dentro uno grita en binario.
Pero también se necesita algo más raro: amor por el caos creativo. Por ese momento donde todo parece salirse de control… y aun así, usted sabe que va a encontrarle la vuelta.
Porque ya lo ha hecho antes. Porque lo está haciendo ahora. Y porque, a pesar de todo, cada proyecto lo deja más fuerte, más sabio… y con más anécdotas que un tío en Navidad.
Así que, si usted está en medio de una implementación que lo supera, lo desvela y lo empuja al límite: bienvenido. Está en el lugar correcto. Esto no es solo trabajo. Esto es experiencia viva. Es historia que se escribe en tiempo real. Y si además la cuenta con humor, ya ganó la mitad de la batalla.
Sí, costó salud mental, ojeras y probablemente algunos años de vida… Pero ese fuego que apagamos fue el mismo que forjó lo que hoy funciona.
Y eso, querido lector, no se aprende en ninguna certificación.
Hoy ya no grito en binario (al menos no tan seguido). El caos sigue apareciendo, sí, pero ahora lo recibo con un buen café, una estrategia más afinada y un equipo que sabe que, del otro lado del desorden, siempre hay algo valioso: experiencia ganada, crecimiento real y ese orgullo compartido que solo se construye cuando se sobrevive... y se entrega.
Brayan Castro
Product Implementation Specialist, CreditForce
